sábado, 31 de mayo de 2014

UNA WHOPPER DOBLE CON QUESO, POR FAVOR






Existe una metáfora gastronómica de aferro a lo propio que viene bastante al caso; tener el solomillo en casa te quita las ganas salir a comer hamburguesas infames. El argumento es válido pero tiene algunas fisuras.  Trasladado al fútbol, más concretamente a la selección, el solomillo de esta generación campeona de Europa y del Mundo debería garantizar nuestra absoluta fidelidad. No hay carne más suculenta y de calidad en todo el planeta. Sin embargo, al verla jugar, echamos de menos el disfrute de la carne picada, el ketchup de sobre y la mostaza indecente. Unos lo confiesan y otros no, pero todos acabamos saciando los instintos más básicos. Disfrutando en los burguers.

En muchos sentidos, la relación de los aficionados con este equipo recuerda a la de esos matrimonios prósperos que viven en la satisfacción que provoca la estabilidad, pero que con el tiempo y la monotonía sucumben al aburrimiento. Al hastío de la monogamia.Una ligera somnolencia contra Bolivia, anoche, me volvió invadir. El público no lo acusó porque los Sevillanos sólo se necesitan a sí mismos para pasar un buen rato. Pero entre los no sevillanos se notó cierta desgana disimulada. 



Iniesta fue de lo poco que salvó el bostezo general con sus pases y esa descompresión de la que goza cuando se enfunda esa camiseta tan nostálgica. Es como si se despojara, al hacerlo, de la presión representativa institucional de su club y jugara más suelto y beneficiado. De la liberación de jugar para una sola estrella, porque la roja eso si, es un equipo sin estrellas. La única es la del pecho. Es el equipo que tiene el privilegio de, en el conjunto, no tener egos a los que satisfacer constantemente, y eso es una losa enorme menos que soportar. Es como si todas sus antiguas pasiones de niño refloráran en el amparo de la camiseta nacional. Andrés ahí luce esa magia inexplicable que te envuelve. Y luego está Cazorla, que parece emularlo en cuanto le dan la mínima oportunidad.



España se pasó toda la primera parte tocando sin encontrar ningún camino, (a veces ni lo busca), produciendo poco peligro para tantísima posesión, repitiendo el guión de partidos vistos cien veces. De ese estilo al que se aferra Xavi y los suyos, con el beneplácito del Marqués, que no consiste en otra cosa que masticar la pelotita -contra más lejos de tu portería mejor- hasta que el rival se canse. Se jacta de atacante y preciosista, y su máxima contradice ese argumento tajántemente. La máxima que dice que moviendola y moviendola con la apabullante posesión el rival ni la huele, sobarla y sobarla hasta que se canse, cuando para entonces, antes de que lo acuse el rival, uno acabe victima de las primeras somnolencias de la noche, pues las áreas suelen acabar prácticamente inflanqueadas. Y luego cualquier cosa te distrae. Un libro a empezar o el campaneo del móbil antes de semejante suplicio. Ya lo dijo Kloop: "Si de pequeño hubiese crecido viendo jugar al Barça, me hubiese dedicado al tenis." ¡Una Whopper doble con queso por favor!






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