miércoles, 30 de abril de 2014

EL ATENEO ROMANO





Las nacionalidades hoy día ya casi son como actitudes y cada uno elige la suya. Sobretodo en el fútbol. El patriotismo y las raíces pierden protagonismo en el mundo globalizado. Quizá siempre queremos lo que no tenemos. Quizá sea la envidia. Los Alemanes anoche querían ser españoles. Y los españoles, por fin, y después de muchos batacazos, fueron los alemanes. Ya lo resumió así Gary Lineker un día: "El fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, que lo saben jugar los brasileños y en el que siempre ganan los alemanes". De tal manera que los alemanes, los que mejor respondían al tópico futbolístico; precisos, directos, avasalladores y ganadores, iban vestidos de blanco celestial.  Mientras los rojos del infierno bábaro se quedaron en ascuas. Tal vez por eso los españoles jugaron como en casa. 
 Lo que anunciaban como el infierno donde arderían los árboles, resultó ser un paraíso. 

Los de Guardiola concentraron en su ser todos los defectos de los equipos blandos y pusilánimes, de los visitantes afligidos. Esos que durante  algún tiempo, -antes de la llegada de Mourinho- fuimos en Europa. Esos más preocupados por agradar que de lo verdaderamente importante en un deporte: competir. Pep, ama tanto el balón, sus formas giran tanto entorno a la pelota, como si la esfera le eclipsara la luz, que suele acaparar todo el tiempo su posesión. Es difícil ganar la batalla para su consecución a un estilo que destina todo su empeño al esférico. Por eso es tan normal ver a sus rivales atrás, porque el propio estilo de va metiendo atrás. Pero eso nunca fue un problema para Carlo. Cuando todos maldijeron el cruce en el sorteo, él estaría agradeciendo a la diosa fortuna. Pensaría que contra las maneras estilistas y dominantes de Pep le venían de fábula a la naturaleza de sus fieras. 


Además los dos primeros goles, cargados de venganza por el que los ejecuta, tenían la sorna más cruel para la idiosincrasia y tradición alemana; los dos a balón parado y de cabeza. Y también las estadísticas: 114 Km recorridos por los bábaros, por 109 de los merengues. El dato no sería tan irónico si no tuviéramos en cuenta que el Bayern tuvo el balón un 63% del tiempo, para un 37% blanco. Que el rival corra más, la teoría en la que se ampara el carácter dominador que práctica Pep, se desmonta con este dato. Ninguna de los motivos por los que se basa ese sistema tuvieron sostenibilidad anoche; ni la máxima que dice que teniendo tanto el balón y tan lejos de tu portería es la manera más loable de defender, porque ayer la defensa del Bayern era menos resistente que una casita de madera ante un Tsunami de magnitud VI, ni la que mencionábamos de cansar al rival. Su sistema con estos jugadores, además, sin tanta calidad como la de los que tenía en Barcelona y sobretodo sin un último pasador que haga dañina la posesión, resulta manso.


El tercer gol fue algo muy esperado viendo a Dante y Boateng en la línea de centro, y la debilidad del pasillo de seguridad por el centro que dejaban los centrocampistas. Fue un Harakiri. Porque Guardiola ya suponía que eso podía pasar pero prefirió morir en sus trece, como si las criticas en Alemania al estilo suicida le hubiesen sacado aún más el orgullo enraizado y su obstinado temperamento. Sus jugadores evidenciaron desde el principio que no asimilan bien la vehemencia y la incapacidad de adaptación a la plantilla de su entrenador. No se sintieron cómodos nunca en la eliminatoria. Ni en aquellos primeros 15 minutos de la ida cuando hipnotizaron el Bernabeu con su excelso toque. Que acabaron tan pronto como su rival advirtió que enfrente tenía a un domador más que un cazador, y que no era capaz de dañar. Entonces los merengues decidieron sacar la escopeta y salir de cacería.


Lisboa espera a un Madrid confiado y con plan certero. Con un entrenador que vive su sueño dorado desde la calma que rebosa. Una tranquilidad y confianza que tan bien transmite a la plantilla, justo eso que tanto necesitaba para dar ese paso más. La rueda de prensa antes del partido es un reflejo: bromista, irónico, parecía que estaba en el Ateneo, jugando al dominó con una copita de vino. Luego en el campo disfrutando del espectáculo con el que sus fieras le obsequian, como si estuviera en un anfiteatro romano. Surtiéndoles de confianza, como los romanos surtían de carnaza a los leones, recordando lo que por un tiempo habían olvidado: quién manda en el Coliseo. ¡Que siga el espectáculo!












No hay comentarios:

Publicar un comentario