sábado, 1 de febrero de 2014

UN LUGAR COMÚN






Ha nacido un nuevo fenómeno de nuestro fútbol: Jesé Rodríguez. El chico se encuentra inmerso en una corriente de peripecias, todas positivas, que cuando salta al césped nadie duda de que pasará algo, y eso en un canterano de tan solo 20 años es mucho decir. Algo que el destino solo reserva a los elegidos. Se ha ganado al Bernabeu en unos meses, cuando algunos cracks mundiales jamás lo hicieron. Incluso Cristiano, que hasta que no entendió, pasados los años, que sin sacrificio nunca sería un ídolo blanco, tardó lo suyo en recibir su parte. El chico lo tiene todo; la confianza de los iluminados, el pulso de los escogidos y según parece, la suerte de los predilectos. Es inteligente para buscar ocasiones, y casi siempre las encuentra por calidad y velocidad. Da la sensación, que salvo Cristiano, los demás miran inquietos su evolución, con la amenaza que supone. El abanico de movimientos es muy extenso: en corto, en largo... inteligente en los desmarques, limpio en la conducción, preciso incluso a máxima velocidad. Con el balón siempre elige la mejor opción, sabiendo en todo momento cuando penetrar y buscar la espalda de los defensas, o bien pausar el juego con asociaciones. Demuestra una madurez y una confianza chocante para un recién ascendido. Es versátil y comprometido y su paleta futbolística va sumando registros a tal velocidad, que, a día de hoy, aún no sabemos donde tiene su techo.

Desde que hace ya algunos años, irrumpiera un chaval bisoño de rostro inocente y semblante retraído, no se había visto nada parecido. Era un tal Raúl González, que con tan solo 16 años ya era una de las promesas más sonadas del panorama. Lo hizo en las categorías inferiores de Atlético de Madrid. Hasta que apareció el Real Madrid acechando para arrebatárselo. Entonces Jesús Gil, presidente colchonero por aquel entonces (año 1993), hizo todo para no dejarlo marchar. Haría todo lo posible antes de verlo cruzar el Manzanares camino a Chamartín. Y al parecer, lo consiguió. Le convenció para quedarse a triunfar en el club que era su casa, donde sentía los colores. Pero todo se truncó, y acabó sucumbiendo a una suculenta contraoferta que por aquel entonces sentó un precedente por su magnitud. También cuentan que fue muy a pesar de su voluntad, ya sabemos las influencias que pesan sobre los futbolistas promesa. Dicen los que asistieron a su firma como nuevo jugador blanco, que camino a la firma en el estadio, su mirada perdida, quizás sumida en la nostalgia a sabiendas de la despedida para siempre de su equipo que representaba aquel acto, se paró en la única camiseta rojiblanca que había aquella tarde. Los aficionados atléticos que le conocían, y sabían de sus facultades, desde ese día cómo auto-convenciéndose, se fijaban en las carencias que hasta entonces no habían visto. No es rápido, pensaban...con la herida de su marcha aún por cauterizar. Tampoco es un rematador de cabeza destacado. No trimfará, decían. Pero mientras todos se refugiaban en su autocomplaciencia, a cada día que pasaba, aquel tímido jugador agrandaba la leyenda, hasta convertirse en uno de los mitos españoles con más títulos y registros goleadores de la historia. Cada vez que jugaba, mientras todos los aficionados de su ex-equipo le negaban, el decía sí. 


Y eso mismo hace Jesé; cada vez que salta al campo, por pocos minutos que goce, acaba por decir sí. Es su convicción, y acaba por establecerla. En eso recuerda a Raúl; son un lugar común. Los dos son estandartes llamados a abanderar el fútbol en Chamartín. Lo saben, y actúan en consecuencia. Solo así se puede entender que al romper un partido tras una jugada suya, su estado no se altere ni con la corriente de euforia que conlleva. La tranquilidad que arroja tras hacer algo tan extraordinario, su templanza para asimilar el éxito, hablan de un jugador superlativo. Llamado a hacer grandes cosas... "De aquí a 4 años ganaré el balón de oro" dijo en una entrevista con la tranquilidad del que impasible promete la luna sobre el firme. La aseveración , con sus plazos, se las trae. Ya con tan solo 17 años, ya prometía a su abuelo en una despedida ser el mejor jugador del mundo algún día. Todo eso, ahora con Zidane como figura referencial y de buena influencia, desde el trabajo, la humildad y el sacrificio. El primer paso ya está dado.






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