miércoles, 19 de febrero de 2014

EN BUSCA DE UN DIOS




Según Shivananda, la verdadera naturaleza del hombre es divina, y por tanto, el único propósito satisfactorio y legitimo de la existencia humana estriba en el descubrimiento y permanente manifestación de la divinidad. Y es que la humanidad, desde tiempos inmemorables, siempre ha estado en continua búsqueda de un Dios ante la imposibilidad de respuestas. Esa incertidumbre que te da la completa ignorancia existencial provoca en el hombre siempre haya adoptado una actitud etérea en lo que a deidades se refiere. Da igual la época, civilización o posición social, y da igual cultura o raza, que, ahí donde pisó el hombre se alzaron religiones fervientes, con su correspondiente deidad. Con sus diversos grupos; tradicionales, o nuevas sectas... todas han estado dispuestas a toda conjetura con tal de tener una respuesta, un algo en lo que creer que disipe las dudas. Así, es previsible que en este nuevo siglo, uno de los mercados más activos siga siendo el de las religiones, y frente a las religiones tradicionales ya obsoletas, propongan sus espiritualidades pret-a-porter. Entre esas religiones laicas en Europa, el fútbol tiene un presente y un protagonismo inmenso. Y últimamente con su globalización cada vez menos rincones zafan su propagación. Dotado como está de feligresía, y con sus correspondientes catedrales, está todo dispuesto para que el apostolado balompédico prospere calando en la nueva "technoera", para desterrar, poco a poco, a iglesias, mezquitas o templos, cada vez más arcaicos.


Solo algunos ilustres se atrevieron a contrariar al todopoderoso. Primero Stendhal y Dostoiesvki, y más tarde Sartre, han dudado y reflexionado abiertamente acerca del Dios a la vista del sufrimiento humano. ¿Como es posible que el creador de todo haya aportado tanta crueldad, y dispuesto tanta enfermedad y barbarie? Iván Karamazov una vez explicó; "Yo admito a Dios, comprendedlo, pero no admito el mundo que ha creado; el mundo que ha dado no puedo admitirlo". Stendhal llegó a escribir que: "Lo único que excusa a Dios es que no existe". Ya en tiempos de el fútbol como religión laica y extendida, como mecanismo más útil y más eficaz hacia el mitigo social que desvía la agresividad colectiva hacia cauces no políticos, Pelé, cuando conmovido por la enésima lesión del nuevo Dios menor del fútbol en los 90, Ronaldo Nazario,  amenazó con dejar de creer en Dios si las desdichas que ya eran desesperantes le apartaban definitivamente del fútbol, y, por consiguiente, de su púlpito.



Cuando apenas tenía 18 años, Ronaldo "el Gordito", entonces en su primera aventura en el viejo continente, aterrizó en Eindhoven para deleitar con una de las irrupciones más impactantes que se recuerdan de un delantero. Desde Van Basten no se veía algo parecido. Pero tan pronto como comenzó a deleitar, comenzaron sus problemas con su rodilla derecha, para acabar siendo operado de sus tendones ya en su etapa en la cuidad Condal. En Barcelona, donde completó su mejor temporada, quizá como despedida ante el calvario que viviría después, comenzó la pesadilla en forma de lesiones. Dicen que su marcha al Inter en la siguiente temporada fue después de tener firmado su nuevo contrato con el Bracelona -con su correspondiente celebración y descorche de cava-, pero justo un día después un dubitativo Nuñez, influido por un informe medico que desaconsejaba su prolongación de contrato, rompió dicho acuerdo para sorpresa de todos, -incluido el propio jugador- que 
aún resacoso no entendió nada por aquel entonces. Los expertos sostienen que las rodillas del astro eran demasiado frágiles porque soportaban a un cuerpo excesivamente dotado de potencia.  Sus cambios de ritmo y su prodigiosa combinación de peso y ligereza, unida a los quiebros en velocidad que le hacían único, fueron demasiado lastre para sus frágiles rodillas. El peso le ayudaba a avanzar como si abriera un paso inhumano entre los defensas, y al mantener dicha velocidad cual corredor de cien metros lisos, su talón de Aquíles -las rodillas- no soportaron tal combinación, para acabar arrastrándose por los campos sumido en una impotencia desgarradora. Las viejas culturas veían en la rodilla el principal factor de fuerza corporal, el símbolo de autoridad del hombre, por su condición de sustento, y de su poder social. Por eso "arrodillarse", "de rodillas" o "hincar la rodilla" traducen la imposición, o la voluntad de humillación. ¿Quiso entonces un Dios celoso doblegar la rodilla de Ronaldo, irritado por su precipitado ascenso al Olímpo? 




El caso es que el mito se murió nada más nacer, como Marx lo hizo en el siglo XX. Desde entonces la afición del fútbol global vivió una sensación de orfandad hasta que entrado el nuevo siglo, unos años más tarde, llegara un tímido e inberve chico que también vestido de blaugrana, allá por el año 2005 irrumpiera en una noche de verano. Fue en el Gámper, y relevando a otro semidios que nunca llegó a consagrarse en el trono por su consumo entre capitulos oscuros:  Ronaldinho Gaúcho, que antes de menguar y morir , catapultó al barcelonismo con su magia. Heredero de Maradona en la visión total del pase, talento diferencial y explosivo, su sonrisa cautivó y contagió ayudando a entender el Barcelona de hoy, al que tanto contribuyó. Pero el todopoderoso parecía  reservar el trono al nuevo exponente. ¿Quiso Dios, a Ronaldinho Gaúcho, arrebatarle el áurico como castigo por sus pecados? Lionel, (Rosarino como el Papa), último figurante de áurea y misericordia, sí se pudo consagrar como nuevo Dios del fútbol, con permiso del incesante Cristiano, al que parece haberle otorgado el físico que le negó al otro Ronaldo, pero no le dispuso del áurea que si ostenta el argentino. Eso sí, las continuas lesiones musculares de Messi pueden ser una muestra de que Dios cincela para dejármos huérfanos cada vez que alguien amenaza su supremacía.

Pero antes, tan huérfano como los espectadores en el tiempo entre semidioses sin consagración, se puede quedar el tinglado comercial que rodea al fútbol. Un artificio últimamente controlado por unos jeques podridos de petroeuros que redundan en el dispendio con una naturalidad que ofende, jugando a ser dios como el niño que juega a ser doctor, con el dinero de países pobres y en desequilibrio de repartos, gobernados por jeques como Mohammed Bin Thani, un peculiar sátrapa, astuto y sagaz dictador que sentado sobre la tercera reserva mundial de gas (disputada por las empresas de Estados Unidos y Francia) le niega el pan a sus súbditos para despilfarrarlo en sus jueguecitos del balón. La historia nos dice que toda porfía de dispendios exagerados desemboca en burbujas en riesgo de explosión. Tales extremos en la economía sumergida no puede sino llevar a la desestabilización. Una ruina provocada por terceros que no han mamado este deporte ni lo entienden como foráneos que son. La emoción humana sentida por el espectador, se desmorona ante la industrialización del deporte. Una industria telemática en la que el espectador ya no tiene soberanía. Eso sí, se mantiene la esperanza de que el fútbol siga siendo un ritual mágico dependiente de la paciencia o la impaciencia del corazón de los aficionados con su feroz poder de convocatoria y unión.  Que se imponga ante las espectativas de la globalización futbolística. 
Lástima que la Divina Providencia disfrute poniéndole a Aquíles un talón frágil, a Ronaldo una rodilla maltrecha, a Gaúcho un alma en pena y a Messi una musculatura quebradiza. Quizá tenía razón Pelé al estar mosca cuando Ronaldo no levantaba cabeza entre tanta recaída, y sería cuestión urgente de que los teólogos vaticanos dieran una explicación consoladora antes de que las preponderancias de Dios expuestas aquí, se conviertan en un argumento ontológico para su existencia.






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