jueves, 27 de febrero de 2014

EL HOMBRE IMPASIBLE







Tiene una extraña manera de afrontar los retos Carlo. Cualquier entrenador elude de manera tajante cualquier pregunta periodística destinada a sacar un titular fácil. De esos que anuncian los ansiados objetivos que tanto espera la afición. No quieren (lógicamente) crear demasiadas espectativas que se puedan tornar frustraciones. Pero Carlo no. Parece no inquietarle demasiado afrontar la ineludible realidad competitiva. Es el hombre impasible ante el ajetreo al que se enfrenta como si los años con Berlusconi y al mando de plantillas llenas de estrellas fuera un adiestramiento que le ha curtido lo suficiente para reflotarse a si mismo. 

La presión y el honor que conlleva, lo ha tolerado bien, y su carácter  construido desde la sencillez y la humildad de una familia agricultora traslada bien valores al deporte de elite, como transmite bien de que todo se resume en una especie de juego intrascendente en el que hay que estar prevenido. Una distancia tirante a la insignificancia. Y pasa por comprender las características propias de una peculiar y exigida hechura, hasta  transferir una idea indomita. Es decir, en función del contexto puede virar hacia lo conveniente, o bien pertrecharse en la abulia mas obstinada  en aras de adaptarse para cada momento y rival en una lectura formal y funcional no exenta de pasiones. No deja de ser pragmático en las formas y nunca se excede en la propuesta. Guarda cierto equilibrio y practicidad con visos de controlar las ferbientes y triviales emociones que en un tiempo pasado desbordaron.

Lo vimos en los duelos del clásico y en eliminatorias finales en Champions. En eso es bueno, quizá el mejor .El Madrid de Mourinho fue un colectivo arrasador, capaz de colarle dos goles al Bayern Munich en un suspiro, ganar una liga en el Camp Nou al Barcelona de Pep batiendo todos los records y realizar el fútbol más vibrante que recuerda el Bernabéu en lustros. Pero aquel bebé de Mou murió en los últimos pasos antes de encaramarse y echar a andar, de hacerse maduro sin conseguir aquello para lo que fue concebido: ser el número uno y coronarse en la máxima competición europea. Todo por la constante sobreexitación de los jugadores y la extralimitación de sus modelos, con las que envió al pairo las legendarias aspiraciones blancas.

Con Carlo el equipo da sensación de madurez. De controlar las situaciones. Ayer, el Madrid  de Carlo Ancelotti, insinuó ese cambio. El juego y la superioridad fue devastadora,  con una pausa y un control emocional directamente inédita en este ciclo. Con certera seguridad defensiva y lúcido con la pelota en el pie, fue horneando el juego, -aunque el horno tardó en calentarse- poco a poco teniendo la certeza, de que, el plato, terminaría en su punto cocinándose a fuego lento. A falta de la última prueba, -la de un gran rival europeo- el Real Madrid domina prácticamente todo lo que sucede en un partido con la madurez de un campeón. 
Por eso el italiano no rehúye la controversia que plantea constantemente dirigir al Real Madrid. Contrasta y sorprende la naturalidad con la que Carlo asevera, por ejemplo, sin titubear y otorgando el delicioso titular periodístico; un... " la décima es una motivación" o "¿Equilibrio? Ahora mejor hablar de títulos". Como si toda esa corriente de deseos que comienza por los medios y acaba en los jugadores la utilizara como motor de impulso para la dicha. Y eso, claro, contrasta con sus maneras calmas y su carácter sosegado.  No se altera ni amilana ante los retos. Quizá por su experiencia o quizá porque sabe que en estos momentos posee la plantilla para conseguirlo. De cualquier manera es rotundo y decidido a lograrlo como si toda su carrera hubiese sido un ensayo. Como si hubiera llegado el momento, después de un largo y aventurado camino, de poner la guinda del pastel a su carrera. Esa seguridad y confianza desde que está él, parece contagiarla a sus jugadores de igual manera que la excitación, para lo bueno y para lo malo, se contagiaba con José como técnico. Es laxo, comprensivo, y sale de situaciones donde todo el mundo se hecha las manos a la cabeza con airosa templanza. Luego podrá o no conseguirlo, pero el grupo ahora tiene la fé, y las bases bien cimentadas para afrontar el sprint decisivo final. Ha construido los cimientos de una casa bien ensamblada y ahora solo tiene que decorarla, es decir, ahora puede habitar en ella perfectamente, para, poco a poco, y con la templanza que le caracteriza ir ornamentando la vivienda al gusto de sus habitantes de manera que se sientan a gusto todos y la armonía impere en la convivencia. Metáfora del trabajo defensivo hecho, y el trabajo de ataque que queda por hacer, que siempre es más difícil por su creatividad. Esa es su manera de trabajar.





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