jueves, 30 de enero de 2014

AVIDEZ DE DESQUITE.






Ayer por fin vimos un partido digno en Copa, fue el primer partido bueno de este año. Un nuevo San Mames inexpugnable recibía ansioso de revancha al equipo que le privó de la Europa League en aquella final española de 2012 tan traumatica para los vascos. Año y medio no es suficiente para cauterizar una herida tan profunda, revelaban las caras del estadio en los albores de la noche. Avidez de desquite. Que un equipo centralista les privara del dilatado sueño que representa no ganar un titulo desde el año 84 a los vascos, y después de tres finales perdidas por este mismo grupo... es mucho pesar.  Otro grupo se hubiera hundido, pero este no. Desde entonces, el equipo se prometió luchar hasta el último aliento para surcar la ría con su gabarra. Aunque para conseguirlo luchen contra viento y marea, y todopoderosos transatlánticos. El ansiado sueño de ver embarcarse a una ciudad entera, solo saben los conocedores de el "Botxo" lo que representa. Dicen algunos posters de la ciudad... "Dios creó un equipo perfecto, a los demás los llenó de extranjeros". Su identidad jamás será negociada, y sus valores inquebrantables.  Lezama conspira para formar a los combatientes más duros y arraigados de este deporte. Y los años han dado sus frutos. Ese dios que les otorgó la perfección y a los demás a los extranjeros, sabía que solo con la garra solo no valdría, así que también les proporcionó la calidad. Así nació este grupo que no cesará hasta ver su gabarra engalanada de rojo y blanco, y su ciudad entera enorgullecida alentándola.

Pero tendrá que ser otro año, con la liga de los cien puntos imposible, solo quedaba la copa y ayer les volvió a apear el mismo fantasma que les apeó la noche de Bucarest. Pero algo ha cambiado desde esa final. Anoche cualquiera de los dos equipos pudo llevarse el pase a semifinal. Pero se lo llevó el Atlético de Madrid porque tuvo a Curtois y Miranda, que juegan otra liga; inmensos. El Athletic jugó con lo memorizado por cualquier fan del fútbol español más Herrerín (portero de la Copa) y San José (el sustituto de Gurpegui). Los leones eran “lo de siempre”; nada que ver con un Atlético que se transformó entero. Simeone formó a los suyos sobre un 4-1-4-1, donde el mediocentro era Gabi, los interiores Koke y el Cebolla, y los extremos; Diego Costa (derecha) y Adrián (izquierda). Como ariete quedaba Raúl García. Buscó igualdad numérica en el centro (tres contra tres), combatir el recorrido de Mikel Rico con un uruguayo de raza y proteger a Gabi, que no dejaba de ser un pivote en emergencia e improvisado.  Y también había intención ofensiva pues el Athletic deja bastante espacio en bandas durante su transición ataque-defensa; se le puede contraatacar por ahí porque sus laterales suben, sus extremos se van hacia dentro y sus dos interiores atacan el área a la vez dejando solo atrás a Iturraspe como red de seguridad. Y como él tiende a acostarse hacia su derecha, Simeone puso a Diego Costa en el otro lado en plan proyectil contragolpeador con pista por delante.

Pero no siempre lo que sobre el papel tiene sentido funciona sobre el verde. En este caso, el Athletic halló un modo demasiado fácil de acercarse al área de Courtois con ciertas perspectivas; Susaeta dejó la banda y atacó la zona de Gabi junto a Mikel Rico, Ander y Muniain. Iraola ocupó posición de extremo para fijar a Filipe (luego a Insúa) e Iturraspe que hizo de falso lateral derecho y se hartó de colgar balones hacia el área. El remate directo era complicado para Aduriz porque el centro era vertical y daba ventaja a Miranda y Godín, pero casi todos los rechaces eran de los vascos por la intensidad que insuflaban. Tenían una superioridad numérica decisiva en la frontal. Confuso por su debilidad, el Atlético llegó incluso a romperse en el último cuarto de hora del primer tiempo. Durante esos 15 minutos, Laporte, Iturraspe, Herrera y Muniain fueron una gozada. Móviles, ágiles, dulces, creativos, y sincronizados entre sí. Los cuatro unidos desbordaron al Atlético por donde más duele, justo por dentro. El Atlético por bandas es el equipo que mejor defiende con sus continuas emboscadas. Es lo que les distingue; crean constante superioridad numerica. Mención especial para Laporte, que al tiempo que mejora sus prestaciones defensivas va potenciado su gran marca, una creatividad que a veces recuerda a Hummels. Pese a todo esto, el supremo fue Miranda, que redujo los daños en apenas cuatro jugadas de verdadero peligro. Y solo una batió a Thibaut, el héroe Atlético de las últimas semanas. 

En la segunda parte todo fue distinto, porque Simeone se resguardó en su impenetrable 4-4-2. En su particular Abismo de Helm. Koke y Gabi en el doble pivote, Raúl García en la derecha, el Cebolla fijo en la banda izquierda (fue el fin de la jugada de Iturraspe) y Adrián y Diego Costa en la punta. Entre aquéllo no se coló ni el agua, y eso que cayó a borbotones. Valverde lo intentó todo; expuso el desborde de Ibai, la corriente de Muniain, los pases de Beñat e incluso un doble 9 con Sola y Aduriz sin que nada asustase al Atlético. Dos rematadores, pero no caían centros. El Cholo se afano al descanso porque el partido ante el Sevilla, y este en la primera, le habían sacado los colores. Y, al final, como suele ser habitual, con un balón parado y una contra de Diego Costa, Simeone trasladó su dominio táctico a los dígitos del electrónico. No hay quien meta mano al 4-4-2 del Atleti. Ni tan siquiera San Mamés y sus Leónes. Y no hay quien pare a Costa, incluso en un momento menos bueno como el que atraviesa. Se sigue imponiendo en las mejores plazas.





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