jueves, 31 de octubre de 2013

KARIM EL OMEYA.





Del año 711 al 726 duró el periodo de conquista de los Omeyas en la península. El Califato Omeya fue un linaje Árabe que ejerció el poder califal en el siglo XVI. El cual supuso una lenta pero efectiva conquista. Fue un proceso que duró quince años, en el que se llegó a tomar todo el actual territorio de España, Portugal y parte del sur de Francia. Si bien lo que era el territorio peninsular del reino estaba completamente conquistado por el linaje de los Califas allá por el 728, la desintegración del califato de Córdoba se diluyó en la población de Al-Andalus a finales del mismo siglo. Un dominio efímero. Como el fútbol de Karim. Además la suya tampoco fue una conquista fácil a pesar del poder que ostenta. Solo se ha impuesto a etapas, y tardó tanto en conquistar su templo como los Omeyas tardaron en conquistar la península, lidiando en una toma lenta y tardía. Su fútbol, tan remiso como exquisito, tan preciso como fugaz, solo se ha consumado por rachas.Un jugador que parece que haya que preguntarle como se ha levantado para decidir si ponerle en el once.


Dicho eso, pocos futbolistas presumen de una calidad tan afinada y una precisión en su bota y en el juego asociativo como Karim el Omeya. Pero parece que tiene la obligación de demostrar la exquisitez que reclama su templo con una cotidianidad que no es compatible con su naturaleza delicada. De ahí que haya estado especialmente señalado esta temporada, donde no ha encontrado su fútbol. La exigente afición no alcanza a comprender su índole antagónica al ímpetu. Pero ayer, Benzema, hizo lo que demanda un publico que celebró el recital. Que  más allá de recuperar el acierto en el remate, recuperó la asociación que necesitan dos monstruos del poderío de CR7 y Bale. Una comunión, que, no por inédita ni improbable, sino por reveladora en el día de ayer, viene a responder al dispendio del británico, que se antoja imprescindible para ese juego. Esa asociación fue lo más relevante dentro de un partido tan imperfecto como inolvidable. La empresa que suponen estos tres delanteros, es más infructuosa sin el poso que otorga el Francés por el acoplamiento de las piezas que supone. Y  ese punto de frialdad que pone ante tanto ímpetu es la clave para hacer añicos a las defensas definitivamente, y ayer se pudo comprobar. Además la facilidad para abrir huecos en las defensas casa perfectamente con las acometidas de los dos acompañantes. El Madrid es el boxeador que encaja bien pero que a la hora de golpear  necesita un punto de frialdad. Un poco de hielo en un cocktail demasiado intenso, que solo puede aportar el Francés. 

Este partido frente al Sevilla si fue un ejemplo de equipos volcados sin titubeos ni dudas, y no el del clásico. Isco, -primera parte buenísima con balón-  aparecía por sorpresa desde el otro costado, listo para definir. El Madrid controló el ataque sevillista -Jairo y Rakitic aparte- al mantener atrás a Khedira que no tuvo que cortar casi y se dedico más a llegar para acabar jugada con asiduidad. Hasta en tres ocasiones repitió el Real la misma combinación durante el primer tiempo. Hasta cinco futbolistas fueron incapaces de parar semejante sistema que por fin funciono bien. Arbeloa distraía a Vitolo mientras Gareth se imponía a Alberto Moreno. El galés le regateó un par de veces, pero donde de verdad marcó diferencias fue en la pegada encadenando esos pases y golpeos que tan bien ejecuta. Gareth exhibió las primeras gotas del chorro de su calidad y demostró que su definición es mucho más inmediata y concluyente que la del Portugués. Bale, además, demostró para mi su mejor virtud además de la pegada: la lectura del juego, y Karim elevó el ataque estático merengue al máximo nivel esta temporada con su creación de espacios y su pausa. Y es que cuando está así da gusto verle jugar al fútbol. Recital en el Bernabéu. 7-3, ya podrían mofarse Blatter y los programas de humor fácil catalanes de Bale y Cristiano cada semana. Por el espectáculo digo.









Rubén Martínez.

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